EL POETA
Y EL TOTALITARISMO
La revista chilena Meridional ,en su número 3 (Octubre de 2014) reproduce las
palabras del Sr. Grinor Rojo de la Universidad de Chile, en la presentación del
libro El 71, anatomía de una crisis*, del crítico literario cubano
Jorge Fornet, en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Humanidades de esa
Casa de Estudios, el pasado 28 de abril de 2014.
¿Por qué traigo a colación
este fiambre académico? Sucede que el Sr. Rojo la emprende de entrada irrespetuosamente
contra el poeta Heberto Padilla, protagonista y víctima de aquel grotesco
aquelarre.
Sin tomarse el trabajo
de presentarlo a su auditorio y mucho menos valorar su obra literaria, lo
califica de tipo medio huevón,
cediendo a la tentación de rebajarse al
lenguaje vulgar, que tanto disfrutan los burgueses rojos, aún si se
trata de chilenos.
Empieza por el peor
momento: la lamentable confesión durante la sesión convocada en la UNEAC por el DSE, presidida
por el Dr. José Antonio Portuondo, pues el Poeta Nicolás Guillén, con toda
dignidad, se excusó de participar en aquella masacre literaria, a la que Rojo
califica de Farsa para generar un
escándalo que comprometiera el prestigio de la Revolución.
Pasa por alto que al
primer actor acababan de retirarle las esposas
los dramaturgos a cargo de la puesta en escena, cuyo objetivo era
desprestigiar al poeta y desmoralizarlo radicalmente, para ponerlo al borde del
suicidio. Cuando, semanas después, su amigo Alberto Mora optó por quitarse la
vida, algunos comentaron en La Habana que
Belkis había hecho un cambio de cabeza para salvar a Heberto.
Siempre me he
preguntado qué hubiese sucedido si Padilla hubiese perseverado en su postura
rebelde. Está claro que sus captores lo acusarían de un delito común, sin
conexión alguna con su actividad literaria, para encarcelarlo por varios años,
de manera que la vida en prisión lo liquidase.
Heberto era un poeta,
no un político. En 1968, el futuro
pertenecía por entero al Socialismo, aunque, como el propio Padilla aseguraba, en el día de hoy está el error que alguien
habrá de condenar mañana. Además, él mismo no era un partidario de la
derrotada burguesía cubana. No le encontró sentido a inmolarse por una causa
que suponía perdida de antemano, y negoció para sobrevivir.
Contrario a las
apariencias, las personas que se hicieron cargo de la vida cultural después de
la primavera del 71, con el Teniente Luís Pavón al frente, nunca estuvieron
dispuestas a facilitar la participación ni de Heberto, ni de ninguno de sus
amigos. Sencillamente, se decretó la muerte en vida de todos, no podía
mencionárseles en la prensa oficial ni para criticarlos. En el caso específico
de Padilla, esta exclusión s extendió hasta su muerte, más de 30 años después,
cuando el periódico Juventud Rebelde
informó de la muerte del poeta contrarrevolucionario Heberto Padilla.
Tod este genocidio
cultural se aplicó en nombre de la pobrecita Isla agredida y acosada por el
Imperialismo. Aunque la Biblia no lo aclare, el pequeño David no admite
críticas. Muchos aplausos, como estos
del Sr.Rojo, quien puede dar gracias porque su Pinochet nunca declaró
que la Universidad era para los
reaccionarios.
Sólo en 1974, 6 años después, Padilla y Antón
recibieron sus modestas invitaciones del Ministerio
de Cultura para que asistiesen a la inauguración de una exposición de
dibujos del artista Eugenio Blanco Ludovico, en la diminuta Galería del
Hotel Habana Libre, que dirigía Luís
Silva, un viejo militante del Directorio. Aquella noche, ambos
marginados se estrecharon en un efusivo abrazo. Acaso pensaron entonces
que aquel encuentro habría sido autorizado desde Arriba.
En realidad, fue el fruto de un mini-complot, fraguado en una mesita
del Té
del Capri por Ludovico,
Alejandro Valdés Lorenzo y yo.
Contrario a la
festinada imagen que presenta Rojo, los años que siguieron fueron solitarios y
laboriosos. Frecuentado por unos pocos amigos, el espacioso apartamento de la
Avenida 31 en Playa, a media cuadra de la casa de su primera esposa y eterna
enamorada Berta Hernández, le sirvió de refugio, celosamente defendido del
alcoholismo por su también perpetua novia, la poeta Belkis Cuza Malé. Allí
continuó trabajando Heberto en pro de nuestra poesía. Tradujo el teatro bufo de
Mayacovski, la poesía de Bretch y Alicia en el País de las Maravillas, pero el
Instituto del Libro desdeñó disciplinadamente sus versiones. Fue una novela de
la alemana Ana Segher la primera que recibió el crédito.
Sus últimos años en
Cuba los consagró a pulir sus traducciones de la poesía romántica inglesa, en
versiones rimadas, de las que se enorgullecía, sobre todo del Tigre de William
Blake. Durante el día, solían llamarlo otros traductores ppara hacerle
consultas, que Heberto evacuaba, presto y cordial. Dominaba, además del inglés,
el ruso y el alemán.
Algunas veces nos
concedió el privilegio de escucharlo leer sus nuevos poemas, aún rigurosamente
inéditos en la Isla acosada. Nada que
ver con la retorcida imagen del camarada Rojo, quien no conoció ni al Poeta ni
al Totalitarismo.
Advierto que el cerco
de silencio alrededor del Poeta ha comenzado a quebrarse, solo que en contra de
este. Urge que quienes lo conocieron de primera mano presenten sus testimonios,
para no dejarles el campo libre a estos
estudiosos, tan sospechosamente informados.
Rogelio Fabio Hurtado.
EL POETA
Y EL TOTALITARISMO
La revista chilena Meridional ,en su número 3 (Octubre de 2014) reproduce las
palabras del Sr. Grinor Rojo de la Universidad de Chile, en la presentación del
libro El 71, anatomía de una crisis*, del crítico literario cubano
Jorge Fornet, en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Humanidades de esa
Casa de Estudios, el pasado 28 de abril de 2014.
¿Por qué traigo a colación
este fiambre académico? Sucede que el Sr. Rojo la emprende de entrada irrespetuosamente
contra el poeta Heberto Padilla, protagonista y víctima de aquel grotesco
aquelarre.
Sin tomarse el trabajo
de presentarlo a su auditorio y mucho menos valorar su obra literaria, lo
califica de tipo medio huevón,
cediendo a la tentación de rebajarse al
lenguaje vulgar, que tanto disfrutan los burgueses rojos, aún si se
trata de chilenos.
Empieza por el peor
momento: la lamentable confesión durante la sesión convocada en la UNEAC por el DSE, presidida
por el Dr. José Antonio Portuondo, pues el Poeta Nicolás Guillén, con toda
dignidad, se excusó de participar en aquella masacre literaria, a la que Rojo
califica de Farsa para generar un
escándalo que comprometiera el prestigio de la Revolución.
Pasa por alto que al
primer actor acababan de retirarle las esposas
los dramaturgos a cargo de la puesta en escena, cuyo objetivo era
desprestigiar al poeta y desmoralizarlo radicalmente, para ponerlo al borde del
suicidio. Cuando, semanas después, su amigo Alberto Mora optó por quitarse la
vida, algunos comentaron en La Habana que
Belkis había hecho un cambio de cabeza para salvar a Heberto.
Siempre me he
preguntado qué hubiese sucedido si Padilla hubiese perseverado en su postura
rebelde. Está claro que sus captores lo acusarían de un delito común, sin
conexión alguna con su actividad literaria, para encarcelarlo por varios años,
de manera que la vida en prisión lo liquidase.
Heberto era un poeta,
no un político. En 1968, el futuro
pertenecía por entero al Socialismo, aunque, como el propio Padilla aseguraba, en el día de hoy está el error que alguien
habrá de condenar mañana. Además, él mismo no era un partidario de la
derrotada burguesía cubana. No le encontró sentido a inmolarse por una causa
que suponía perdida de antemano, y negoció para sobrevivir.
Contrario a las
apariencias, las personas que se hicieron cargo de la vida cultural después de
la primavera del 71, con el Teniente Luís Pavón al frente, nunca estuvieron
dispuestas a facilitar la participación ni de Heberto, ni de ninguno de sus
amigos. Sencillamente, se decretó la muerte en vida de todos, no podía
mencionárseles en la prensa oficial ni para criticarlos. En el caso específico
de Padilla, esta exclusión s extendió hasta su muerte, más de 30 años después,
cuando el periódico Juventud Rebelde
informó de la muerte del poeta contrarrevolucionario Heberto Padilla.
Tod este genocidio
cultural se aplicó en nombre de la pobrecita Isla agredida y acosada por el
Imperialismo. Aunque la Biblia no lo aclare, el pequeño David no admite
críticas. Muchos aplausos, como estos
del Sr.Rojo, quien puede dar gracias porque su Pinochet nunca declaró
que la Universidad era para los
reaccionarios.
Sólo en 1974, 6 años después, Padilla y Antón
recibieron sus modestas invitaciones del Ministerio
de Cultura para que asistiesen a la inauguración de una exposición de
dibujos del artista Eugenio Blanco Ludovico, en la diminuta Galería del
Hotel Habana Libre, que dirigía Luís
Silva, un viejo militante del Directorio. Aquella noche, ambos
marginados se estrecharon en un efusivo abrazo. Acaso pensaron entonces
que aquel encuentro habría sido autorizado desde Arriba.
En realidad, fue el fruto de un mini-complot, fraguado en una mesita
del Té
del Capri por Ludovico,
Alejandro Valdés Lorenzo y yo.
Contrario a la
festinada imagen que presenta Rojo, los años que siguieron fueron solitarios y
laboriosos. Frecuentado por unos pocos amigos, el espacioso apartamento de la
Avenida 31 en Playa, a media cuadra de la casa de su primera esposa y eterna
enamorada Berta Hernández, le sirvió de refugio, celosamente defendido del
alcoholismo por su también perpetua novia, la poeta Belkis Cuza Malé. Allí
continuó trabajando Heberto en pro de nuestra poesía. Tradujo el teatro bufo de
Mayacovski, la poesía de Bretch y Alicia en el País de las Maravillas, pero el
Instituto del Libro desdeñó disciplinadamente sus versiones. Fue una novela de
la alemana Ana Segher la primera que recibió el crédito.
Sus últimos años en
Cuba los consagró a pulir sus traducciones de la poesía romántica inglesa, en
versiones rimadas, de las que se enorgullecía, sobre todo del Tigre de William
Blake. Durante el día, solían llamarlo otros traductores ppara hacerle
consultas, que Heberto evacuaba, presto y cordial. Dominaba, además del inglés,
el ruso y el alemán.
Algunas veces nos
concedió el privilegio de escucharlo leer sus nuevos poemas, aún rigurosamente
inéditos en la Isla acosada. Nada que
ver con la retorcida imagen del camarada Rojo, quien no conoció ni al Poeta ni
al Totalitarismo.
Advierto que el cerco
de silencio alrededor del Poeta ha comenzado a quebrarse, solo que en contra de
este. Urge que quienes lo conocieron de primera mano presenten sus testimonios,
para no dejarles el campo libre a estos
estudiosos, tan sospechosamente informados.
Rogelio Fabio Hurtado.
EL POETA
Y EL TOTALITARISMO
La revista chilena Meridional ,en su número 3 (Octubre de 2014) reproduce las
palabras del Sr. Grinor Rojo de la Universidad de Chile, en la presentación del
libro El 71, anatomía de una crisis*, del crítico literario cubano
Jorge Fornet, en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Humanidades de esa
Casa de Estudios, el pasado 28 de abril de 2014.
¿Por qué traigo a colación
este fiambre académico? Sucede que el Sr. Rojo la emprende de entrada irrespetuosamente
contra el poeta Heberto Padilla, protagonista y víctima de aquel grotesco
aquelarre.
Sin tomarse el trabajo
de presentarlo a su auditorio y mucho menos valorar su obra literaria, lo
califica de tipo medio huevón,
cediendo a la tentación de rebajarse al
lenguaje vulgar, que tanto disfrutan los burgueses rojos, aún si se
trata de chilenos.
Empieza por el peor
momento: la lamentable confesión durante la sesión convocada en la UNEAC por el DSE, presidida
por el Dr. José Antonio Portuondo, pues el Poeta Nicolás Guillén, con toda
dignidad, se excusó de participar en aquella masacre literaria, a la que Rojo
califica de Farsa para generar un
escándalo que comprometiera el prestigio de la Revolución.
Pasa por alto que al
primer actor acababan de retirarle las esposas
los dramaturgos a cargo de la puesta en escena, cuyo objetivo era
desprestigiar al poeta y desmoralizarlo radicalmente, para ponerlo al borde del
suicidio. Cuando, semanas después, su amigo Alberto Mora optó por quitarse la
vida, algunos comentaron en La Habana que
Belkis había hecho un cambio de cabeza para salvar a Heberto.
Siempre me he
preguntado qué hubiese sucedido si Padilla hubiese perseverado en su postura
rebelde. Está claro que sus captores lo acusarían de un delito común, sin
conexión alguna con su actividad literaria, para encarcelarlo por varios años,
de manera que la vida en prisión lo liquidase.
Heberto era un poeta,
no un político. En 1968, el futuro
pertenecía por entero al Socialismo, aunque, como el propio Padilla aseguraba, en el día de hoy está el error que alguien
habrá de condenar mañana. Además, él mismo no era un partidario de la
derrotada burguesía cubana. No le encontró sentido a inmolarse por una causa
que suponía perdida de antemano, y negoció para sobrevivir.
Contrario a las
apariencias, las personas que se hicieron cargo de la vida cultural después de
la primavera del 71, con el Teniente Luís Pavón al frente, nunca estuvieron
dispuestas a facilitar la participación ni de Heberto, ni de ninguno de sus
amigos. Sencillamente, se decretó la muerte en vida de todos, no podía
mencionárseles en la prensa oficial ni para criticarlos. En el caso específico
de Padilla, esta exclusión s extendió hasta su muerte, más de 30 años después,
cuando el periódico Juventud Rebelde
informó de la muerte del poeta contrarrevolucionario Heberto Padilla.
Tod este genocidio
cultural se aplicó en nombre de la pobrecita Isla agredida y acosada por el
Imperialismo. Aunque la Biblia no lo aclare, el pequeño David no admite
críticas. Muchos aplausos, como estos
del Sr.Rojo, quien puede dar gracias porque su Pinochet nunca declaró
que la Universidad era para los
reaccionarios.
Sólo en 1974, 6 años después, Padilla y Antón
recibieron sus modestas invitaciones del Ministerio
de Cultura para que asistiesen a la inauguración de una exposición de
dibujos del artista Eugenio Blanco Ludovico, en la diminuta Galería del
Hotel Habana Libre, que dirigía Luís
Silva, un viejo militante del Directorio. Aquella noche, ambos
marginados se estrecharon en un efusivo abrazo. Acaso pensaron entonces
que aquel encuentro habría sido autorizado desde Arriba.
En realidad, fue el fruto de un mini-complot, fraguado en una mesita
del Té
del Capri por Ludovico,
Alejandro Valdés Lorenzo y yo.
Contrario a la
festinada imagen que presenta Rojo, los años que siguieron fueron solitarios y
laboriosos. Frecuentado por unos pocos amigos, el espacioso apartamento de la
Avenida 31 en Playa, a media cuadra de la casa de su primera esposa y eterna
enamorada Berta Hernández, le sirvió de refugio, celosamente defendido del
alcoholismo por su también perpetua novia, la poeta Belkis Cuza Malé. Allí
continuó trabajando Heberto en pro de nuestra poesía. Tradujo el teatro bufo de
Mayacovski, la poesía de Bretch y Alicia en el País de las Maravillas, pero el
Instituto del Libro desdeñó disciplinadamente sus versiones. Fue una novela de
la alemana Ana Segher la primera que recibió el crédito.
Sus últimos años en
Cuba los consagró a pulir sus traducciones de la poesía romántica inglesa, en
versiones rimadas, de las que se enorgullecía, sobre todo del Tigre de William
Blake. Durante el día, solían llamarlo otros traductores ppara hacerle
consultas, que Heberto evacuaba, presto y cordial. Dominaba, además del inglés,
el ruso y el alemán.
Algunas veces nos
concedió el privilegio de escucharlo leer sus nuevos poemas, aún rigurosamente
inéditos en la Isla acosada. Nada que
ver con la retorcida imagen del camarada Rojo, quien no conoció ni al Poeta ni
al Totalitarismo.
Advierto que el cerco
de silencio alrededor del Poeta ha comenzado a quebrarse, solo que en contra de
este. Urge que quienes lo conocieron de primera mano presenten sus testimonios,
para no dejarles el campo libre a estos
estudiosos, tan sospechosamente informados.
Rogelio Fabio Hurtado.
EL POETA
Y EL TOTALITARISMO
La revista chilena Meridional ,en su número 3 (Octubre de 2014) reproduce las
palabras del Sr. Grinor Rojo de la Universidad de Chile, en la presentación del
libro El 71, anatomía de una crisis*, del crítico literario cubano
Jorge Fornet, en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Humanidades de esa
Casa de Estudios, el pasado 28 de abril de 2014.
¿Por qué traigo a colación
este fiambre académico? Sucede que el Sr. Rojo la emprende de entrada irrespetuosamente
contra el poeta Heberto Padilla, protagonista y víctima de aquel grotesco
aquelarre.
Sin tomarse el trabajo
de presentarlo a su auditorio y mucho menos valorar su obra literaria, lo
califica de tipo medio huevón,
cediendo a la tentación de rebajarse al
lenguaje vulgar, que tanto disfrutan los burgueses rojos, aún si se
trata de chilenos.
Empieza por el peor
momento: la lamentable confesión durante la sesión convocada en la UNEAC por el DSE, presidida
por el Dr. José Antonio Portuondo, pues el Poeta Nicolás Guillén, con toda
dignidad, se excusó de participar en aquella masacre literaria, a la que Rojo
califica de Farsa para generar un
escándalo que comprometiera el prestigio de la Revolución.
Pasa por alto que al
primer actor acababan de retirarle las esposas
los dramaturgos a cargo de la puesta en escena, cuyo objetivo era
desprestigiar al poeta y desmoralizarlo radicalmente, para ponerlo al borde del
suicidio. Cuando, semanas después, su amigo Alberto Mora optó por quitarse la
vida, algunos comentaron en La Habana que
Belkis había hecho un cambio de cabeza para salvar a Heberto.
Siempre me he
preguntado qué hubiese sucedido si Padilla hubiese perseverado en su postura
rebelde. Está claro que sus captores lo acusarían de un delito común, sin
conexión alguna con su actividad literaria, para encarcelarlo por varios años,
de manera que la vida en prisión lo liquidase.
Heberto era un poeta,
no un político. En 1968, el futuro
pertenecía por entero al Socialismo, aunque, como el propio Padilla aseguraba, en el día de hoy está el error que alguien
habrá de condenar mañana. Además, él mismo no era un partidario de la
derrotada burguesía cubana. No le encontró sentido a inmolarse por una causa
que suponía perdida de antemano, y negoció para sobrevivir.
Contrario a las
apariencias, las personas que se hicieron cargo de la vida cultural después de
la primavera del 71, con el Teniente Luís Pavón al frente, nunca estuvieron
dispuestas a facilitar la participación ni de Heberto, ni de ninguno de sus
amigos. Sencillamente, se decretó la muerte en vida de todos, no podía
mencionárseles en la prensa oficial ni para criticarlos. En el caso específico
de Padilla, esta exclusión s extendió hasta su muerte, más de 30 años después,
cuando el periódico Juventud Rebelde
informó de la muerte del poeta contrarrevolucionario Heberto Padilla.
Tod este genocidio
cultural se aplicó en nombre de la pobrecita Isla agredida y acosada por el
Imperialismo. Aunque la Biblia no lo aclare, el pequeño David no admite
críticas. Muchos aplausos, como estos
del Sr.Rojo, quien puede dar gracias porque su Pinochet nunca declaró
que la Universidad era para los
reaccionarios.
Sólo en 1974, 6 años después, Padilla y Antón
recibieron sus modestas invitaciones del Ministerio
de Cultura para que asistiesen a la inauguración de una exposición de
dibujos del artista Eugenio Blanco Ludovico, en la diminuta Galería del
Hotel Habana Libre, que dirigía Luís
Silva, un viejo militante del Directorio. Aquella noche, ambos
marginados se estrecharon en un efusivo abrazo. Acaso pensaron entonces
que aquel encuentro habría sido autorizado desde Arriba.
En realidad, fue el fruto de un mini-complot, fraguado en una mesita
del Té
del Capri por Ludovico,
Alejandro Valdés Lorenzo y yo.
Contrario a la
festinada imagen que presenta Rojo, los años que siguieron fueron solitarios y
laboriosos. Frecuentado por unos pocos amigos, el espacioso apartamento de la
Avenida 31 en Playa, a media cuadra de la casa de su primera esposa y eterna
enamorada Berta Hernández, le sirvió de refugio, celosamente defendido del
alcoholismo por su también perpetua novia, la poeta Belkis Cuza Malé. Allí
continuó trabajando Heberto en pro de nuestra poesía. Tradujo el teatro bufo de
Mayacovski, la poesía de Bretch y Alicia en el País de las Maravillas, pero el
Instituto del Libro desdeñó disciplinadamente sus versiones. Fue una novela de
la alemana Ana Segher la primera que recibió el crédito.
Sus últimos años en
Cuba los consagró a pulir sus traducciones de la poesía romántica inglesa, en
versiones rimadas, de las que se enorgullecía, sobre todo del Tigre de William
Blake. Durante el día, solían llamarlo otros traductores ppara hacerle
consultas, que Heberto evacuaba, presto y cordial. Dominaba, además del inglés,
el ruso y el alemán.
Algunas veces nos
concedió el privilegio de escucharlo leer sus nuevos poemas, aún rigurosamente
inéditos en la Isla acosada. Nada que
ver con la retorcida imagen del camarada Rojo, quien no conoció ni al Poeta ni
al Totalitarismo.
Advierto que el cerco
de silencio alrededor del Poeta ha comenzado a quebrarse, solo que en contra de
este. Urge que quienes lo conocieron de primera mano presenten sus testimonios,
para no dejarles el campo libre a estos
estudiosos, tan sospechosamente informados.
Rogelio Fabio Hurtado.
EL POETA
Y EL TOTALITARISMO
La revista chilena Meridional ,en su número 3 (Octubre de 2014) reproduce las
palabras del Sr. Grinor Rojo de la Universidad de Chile, en la presentación del
libro El 71, anatomía de una crisis*, del crítico literario cubano
Jorge Fornet, en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Humanidades de esa
Casa de Estudios, el pasado 28 de abril de 2014.
¿Por qué traigo a colación
este fiambre académico? Sucede que el Sr. Rojo la emprende de entrada irrespetuosamente
contra el poeta Heberto Padilla, protagonista y víctima de aquel grotesco
aquelarre.
Sin tomarse el trabajo
de presentarlo a su auditorio y mucho menos valorar su obra literaria, lo
califica de tipo medio huevón,
cediendo a la tentación de rebajarse al
lenguaje vulgar, que tanto disfrutan los burgueses rojos, aún si se
trata de chilenos.
Empieza por el peor
momento: la lamentable confesión durante la sesión convocada en la UNEAC por el DSE, presidida
por el Dr. José Antonio Portuondo, pues el Poeta Nicolás Guillén, con toda
dignidad, se excusó de participar en aquella masacre literaria, a la que Rojo
califica de Farsa para generar un
escándalo que comprometiera el prestigio de la Revolución.
Pasa por alto que al
primer actor acababan de retirarle las esposas
los dramaturgos a cargo de la puesta en escena, cuyo objetivo era
desprestigiar al poeta y desmoralizarlo radicalmente, para ponerlo al borde del
suicidio. Cuando, semanas después, su amigo Alberto Mora optó por quitarse la
vida, algunos comentaron en La Habana que
Belkis había hecho un cambio de cabeza para salvar a Heberto.
Siempre me he
preguntado qué hubiese sucedido si Padilla hubiese perseverado en su postura
rebelde. Está claro que sus captores lo acusarían de un delito común, sin
conexión alguna con su actividad literaria, para encarcelarlo por varios años,
de manera que la vida en prisión lo liquidase.
Heberto era un poeta,
no un político. En 1968, el futuro
pertenecía por entero al Socialismo, aunque, como el propio Padilla aseguraba, en el día de hoy está el error que alguien
habrá de condenar mañana. Además, él mismo no era un partidario de la
derrotada burguesía cubana. No le encontró sentido a inmolarse por una causa
que suponía perdida de antemano, y negoció para sobrevivir.
Contrario a las
apariencias, las personas que se hicieron cargo de la vida cultural después de
la primavera del 71, con el Teniente Luís Pavón al frente, nunca estuvieron
dispuestas a facilitar la participación ni de Heberto, ni de ninguno de sus
amigos. Sencillamente, se decretó la muerte en vida de todos, no podía
mencionárseles en la prensa oficial ni para criticarlos. En el caso específico
de Padilla, esta exclusión s extendió hasta su muerte, más de 30 años después,
cuando el periódico Juventud Rebelde
informó de la muerte del poeta contrarrevolucionario Heberto Padilla.
Tod este genocidio
cultural se aplicó en nombre de la pobrecita Isla agredida y acosada por el
Imperialismo. Aunque la Biblia no lo aclare, el pequeño David no admite
críticas. Muchos aplausos, como estos
del Sr.Rojo, quien puede dar gracias porque su Pinochet nunca declaró
que la Universidad era para los
reaccionarios.
Sólo en 1974, 6 años después, Padilla y Antón
recibieron sus modestas invitaciones del Ministerio
de Cultura para que asistiesen a la inauguración de una exposición de
dibujos del artista Eugenio Blanco Ludovico, en la diminuta Galería del
Hotel Habana Libre, que dirigía Luís
Silva, un viejo militante del Directorio. Aquella noche, ambos
marginados se estrecharon en un efusivo abrazo. Acaso pensaron entonces
que aquel encuentro habría sido autorizado desde Arriba.
En realidad, fue el fruto de un mini-complot, fraguado en una mesita
del Té
del Capri por Ludovico,
Alejandro Valdés Lorenzo y yo.
Contrario a la
festinada imagen que presenta Rojo, los años que siguieron fueron solitarios y
laboriosos. Frecuentado por unos pocos amigos, el espacioso apartamento de la
Avenida 31 en Playa, a media cuadra de la casa de su primera esposa y eterna
enamorada Berta Hernández, le sirvió de refugio, celosamente defendido del
alcoholismo por su también perpetua novia, la poeta Belkis Cuza Malé. Allí
continuó trabajando Heberto en pro de nuestra poesía. Tradujo el teatro bufo de
Mayacovski, la poesía de Bretch y Alicia en el País de las Maravillas, pero el
Instituto del Libro desdeñó disciplinadamente sus versiones. Fue una novela de
la alemana Ana Segher la primera que recibió el crédito.
Sus últimos años en
Cuba los consagró a pulir sus traducciones de la poesía romántica inglesa, en
versiones rimadas, de las que se enorgullecía, sobre todo del Tigre de William
Blake. Durante el día, solían llamarlo otros traductores ppara hacerle
consultas, que Heberto evacuaba, presto y cordial. Dominaba, además del inglés,
el ruso y el alemán.
Algunas veces nos
concedió el privilegio de escucharlo leer sus nuevos poemas, aún rigurosamente
inéditos en la Isla acosada. Nada que
ver con la retorcida imagen del camarada Rojo, quien no conoció ni al Poeta ni
al Totalitarismo.
Advierto que el cerco
de silencio alrededor del Poeta ha comenzado a quebrarse, solo que en contra de
este. Urge que quienes lo conocieron de primera mano presenten sus testimonios,
para no dejarles el campo libre a estos
estudiosos, tan sospechosamente informados.
Rogelio Fabio Hurtado.
La revista chilena Meridional ,en su número 3 (Octubre de 2014) reproduce las
palabras del Sr. Grinor Rojo de la Universidad de Chile, en la presentación del
libro El 71, anatomía de una crisis*, del crítico literario cubano
Jorge Fornet, en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Humanidades de esa
Casa de Estudios, el pasado 28 de abril de 2014.
¿Por qué traigo a colación
este fiambre académico? Sucede que el Sr. Rojo la emprende de entrada irrespetuosamente
contra el poeta Heberto Padilla, protagonista y víctima de aquel grotesco
aquelarre.
Sin tomarse el trabajo
de presentarlo a su auditorio y mucho menos valorar su obra literaria, lo
califica de tipo medio huevón,
cediendo a la tentación de rebajarse al
lenguaje vulgar, que tanto disfrutan los burgueses rojos, aún si se
trata de chilenos.
Empieza por el peor
momento: la lamentable confesión durante la sesión convocada en la UNEAC por el DSE, presidida
por el Dr. José Antonio Portuondo, pues el Poeta Nicolás Guillén, con toda
dignidad, se excusó de participar en aquella masacre literaria, a la que Rojo
califica de Farsa para generar un
escándalo que comprometiera el prestigio de la Revolución.
Pasa por alto que al
primer actor acababan de retirarle las esposas
los dramaturgos a cargo de la puesta en escena, cuyo objetivo era
desprestigiar al poeta y desmoralizarlo radicalmente, para ponerlo al borde del
suicidio. Cuando, semanas después, su amigo Alberto Mora optó por quitarse la
vida, algunos comentaron en La Habana que
Belkis había hecho un cambio de cabeza para salvar a Heberto.
Siempre me he
preguntado qué hubiese sucedido si Padilla hubiese perseverado en su postura
rebelde. Está claro que sus captores lo acusarían de un delito común, sin
conexión alguna con su actividad literaria, para encarcelarlo por varios años,
de manera que la vida en prisión lo liquidase.
Heberto era un poeta,
no un político. En 1968, el futuro
pertenecía por entero al Socialismo, aunque, como el propio Padilla aseguraba, en el día de hoy está el error que alguien
habrá de condenar mañana. Además, él mismo no era un partidario de la
derrotada burguesía cubana. No le encontró sentido a inmolarse por una causa
que suponía perdida de antemano, y negoció para sobrevivir.
Contrario a las
apariencias, las personas que se hicieron cargo de la vida cultural después de
la primavera del 71, con el Teniente Luís Pavón al frente, nunca estuvieron
dispuestas a facilitar la participación ni de Heberto, ni de ninguno de sus
amigos. Sencillamente, se decretó la muerte en vida de todos, no podía
mencionárseles en la prensa oficial ni para criticarlos. En el caso específico
de Padilla, esta exclusión s extendió hasta su muerte, más de 30 años después,
cuando el periódico Juventud Rebelde
informó de la muerte del poeta contrarrevolucionario Heberto Padilla.
Tod este genocidio
cultural se aplicó en nombre de la pobrecita Isla agredida y acosada por el
Imperialismo. Aunque la Biblia no lo aclare, el pequeño David no admite
críticas. Muchos aplausos, como estos
del Sr.Rojo, quien puede dar gracias porque su Pinochet nunca declaró
que la Universidad era para los
reaccionarios.
Sólo en 1974, 6 años después, Padilla y Antón
recibieron sus modestas invitaciones del Ministerio
de Cultura para que asistiesen a la inauguración de una exposición de
dibujos del artista Eugenio Blanco Ludovico, en la diminuta Galería del
Hotel Habana Libre, que dirigía Luís
Silva, un viejo militante del Directorio. Aquella noche, ambos
marginados se estrecharon en un efusivo abrazo. Acaso pensaron entonces
que aquel encuentro habría sido autorizado desde Arriba.
En realidad, fue el fruto de un mini-complot, fraguado en una mesita
del Té
del Capri por Ludovico,
Alejandro Valdés Lorenzo y yo.
Contrario a la
festinada imagen que presenta Rojo, los años que siguieron fueron solitarios y
laboriosos. Frecuentado por unos pocos amigos, el espacioso apartamento de la
Avenida 31 en Playa, a media cuadra de la casa de su primera esposa y eterna
enamorada Berta Hernández, le sirvió de refugio, celosamente defendido del
alcoholismo por su también perpetua novia, la poeta Belkis Cuza Malé. Allí
continuó trabajando Heberto en pro de nuestra poesía. Tradujo el teatro bufo de
Mayacovski, la poesía de Bretch y Alicia en el País de las Maravillas, pero el
Instituto del Libro desdeñó disciplinadamente sus versiones. Fue una novela de
la alemana Ana Segher la primera que recibió el crédito.
Sus últimos años en
Cuba los consagró a pulir sus traducciones de la poesía romántica inglesa, en
versiones rimadas, de las que se enorgullecía, sobre todo del Tigre de William
Blake. Durante el día, solían llamarlo otros traductores ppara hacerle
consultas, que Heberto evacuaba, presto y cordial. Dominaba, además del inglés,
el ruso y el alemán.
Algunas veces nos
concedió el privilegio de escucharlo leer sus nuevos poemas, aún rigurosamente
inéditos en la Isla acosada. Nada que
ver con la retorcida imagen del camarada Rojo, quien no conoció ni al Poeta ni
al Totalitarismo.
Advierto que el cerco
de silencio alrededor del Poeta ha comenzado a quebrarse, solo que en contra de
este. Urge que quienes lo conocieron de primera mano presenten sus testimonios,
para no dejarles el campo libre a estos
estudiosos, tan sospechosamente informados.
Rogelio Fabio Hurtado.